Roberto Pla fue uno de esos maestros que apenas se dejan ver. No nació para ser un maestro de multitudes ni para crear doctrina o método alguno de conocimiento, sino que se ciñó con fidelidad y auténtica devoción a la vieja tradición advaita cuya espiritualidad se trasluce en la entrega de su vida y en la pureza y altura de su pensamiento.
Siempre son los pocos los que abren su oído interno y su corazón a la Verdad, pero Roberto sabía que esos pocos merecen una ayuda y un acompañamiento en el camino de autodescubrimiento y así respondía con sencillez y generosidad al requerimiento de quienes buscaban su enseñanza.
En el campo de la espiritualidad, sus apariciones públicas fueron escasas. No gustaba de grupos grandes, tan solo deseaba compartir sus más íntimas reflexiones con unas cuantas, pocas, personas interesadas.
Vivir en intimidad con uno mismo necesita de cierto grado de soledad y silencio, y la vía que Roberto encontró para expresar su amor al mundo fue sobre todo a través de su obra escrita, pero también en ella desaparece, convirtiéndose en mero amanuense y comentador de obras clásicas pertenecientes a diferentes tradiciones religiosas. Tal sucede en el caso del «Viveka Suda Mani. La joya suprema del discernimiento», cuyos humildes comentarios a pie de página forman un cuerpo de reflexiones tan lúcidas y claras que son un tratado en sí mismas y que merecen igual interés que el propio texto del gran Sankara.
Merece una mención especial uno de sus últimos trabajos «El hombre templo de Dios vivo», sobre el evangelio de Tomás, donde el lector recibe en cada página leída un soplo de conocimiento y vida renovadas que tiene en nosotros la resonancia de una verdad oculta, pero siempre presentida.
El evangelio de Tomás es una recopilación de dichos de Jesús que, en buena parte, también se encuentran en los evangelios canónicos. Como es sabido, los evangelios (incluidos los denominados apócrifos) pueden ser interpretados desde diversos aspectos, los más corrientes de los cuales son los puntos de vista histórico, moral y religioso. Pero todas las interpretaciones penden y se “unifican” en la clave espiritual o metafísica, que es superior a todas ellas. Esa es precisamente la clave que ha utilizado Roberto Pla (1915-2004) con excepcional maestría para explicar la esencia del cristianismo primitivo (e igualmente de la tradición judía). Si bien este libro comenta y desentraña el Evangelio de Tomás, son de destacar los “paralelos” e interpretación “oculta” de los evangelios canónicos que efectúa el maestro Roberto. En este sentido, la obra de Roberto Pla es una de las más certeras y luminosas interpretaciones de la doctrina original de Jesucristo, por lo que su lectura constituye un verdadero descubrimiento y deleite. En muchos párrafos se percibe claramente que la obra ha sido escrita por quien fue un comprehensor de su naturaleza real. Igualmente, dada la vinculación advaita del maestro Roberto, también se adivina que, al escribir algunas páginas, hubo de resistir la tentación de dejar constancia de ciertas similitudes del cristianismo primitivo con las doctrinas hindúes, especialmente el vedanta. En suma, la “música” que rezuma de los poros del libro de Roberto resulta “angelical”.
Roberto Pla nos legó su sabiduría a través de sus textos escritos, expresada en ese lenguaje «interior, silencioso, impensado, de origen profundo», que sólo puede surgir como manifestación de nuestra Verdad más íntima. Se ha intentado preservar este Conocimiento, ofreciendo en estas páginas el texto completo de artículos y cartas y facilitando el acceso a los libros que escribió, tradujo o comentó. Sus palabras, de las que ahora mostramos algún breve pasaje, transmiten la generosidad y belleza de un pensamiento orientado al Ser:
«El Conocimiento cuando es completo, cuando comprende la totalidad de nuestro ser y de nuestro convencimiento, es en sí mismo un principio transformador, una caudalosa corriente que anega todos nuestros falsos componentes de ignorancia y deja al descubierto la Realidad, suma y compendio de toda religiosidad verdadera. Es este encuentro con la Realidad o, mejor aún, es este descubrir que uno Es la Realidad misma, lo que puebla la acción religiosa y permite llenar de contenido los pasos de la propia vida. Conocer y Ser son una misma cosa.
El Conocimiento, en lugar de ser mero saber filosófico de la mente, se convierte en un fuego devorador y transformante, capaz de proporcionar la necesaria y ansiada plenitud interior. El empleo justo de la inteligencia es la única tarea liberadora que cabe al hombre sobre la tierra. Una tarea que, aunque ardua y difícil, llena la vida del hombre de un contenido espiritual que otorga por sí mismo un sentido pleno al hecho de vivir.»
«(…) Pero ahora todo ha cambiado de dirección, un cambio radical que ha venido por sí solo, casi de repente, sin luces mágicas, ni estado emocional nuevo y que responde con precisión y en verdad a la locución Yo soy Eso. Cuando estoy en silencio, sumergido en mí paz consciente, o cuando vivo, hablo, escribo, pienso, Yo soy siempre Eso y no porque pienso o creo que Soy Eso, sino porque Eso es el fondo absoluto, eterno y permanente de mí mismo, de lo que Soy.
Me importa explicarte que este del que hablo no es un estado anormal, exaltado, pues ninguna otra cosa ha cambiado. En realidad nada veo. No hay luces, ni percepciones de ninguna clase. Tampoco soy más sabio, ni un hombre realizado, etc… Lo único que podría decirte es que siempre estuve en una orilla y ahora estoy en la otra, eterna, perfecta, permanente, para siempre. En cuanto al paisaje de esta nueva orilla, no lo conozco; lo único que me parece es que está hecho de amor, de unidad con todo y de humildad.»
En lo que se refiere a la perícopa de proclamación de la Buena Nueva, el tiempo que Jesús anuncia que se ha cumplido es el de enseñar públicamente que Dios y el hombre esencial no son dos cosas distintas, sino una sola identidad que hay que descubrir y reconocer. El tiempo de saber eso, que el Ser del mundo no es plural, que no es una dualidad, se cumplió, en efecto, para los conocedores del evangelio, hace veinte siglos y sigue vigente para todos los conocedores que han venido después. Incluso para los que ahora viven. El tiempo se ha cumplido. Dios y la esencia del hombre son una sola cosa, y ese es el conocimiento primero que enseña el evangelio, el conocimiento que abre las puertas del alma a los cambios de redención. (pág. 849)